Claridad de sol de invierno







Un día de tristeza seguido de un día de libertad. Una noche afiebrada soñando con las Kardashians. La tecnología, el cuerpo y el inconsciente liberándome de aprehensiones. Ya me puedo alejar. Ya entendí que no hay nada más que hacer ahí. Nada más sobre lo que hablar.

¿Qué tenemos en común tú y yo?

¿Qué conversaciones podemos entablar cuando no hay distracciones de por medio?

¿En qué momentos me has dicho la verdad?

¿Qué quieres, además de tu propio éxito?

¿Qué cosas te dan miedo?

¿Qué te hace sentir vulnerable?

¿Por qué me respondes con excusas? Yo si puedo soportar la verdad. 

¿Me entenderías, si tratara de explicarte todo lo que te quise?

¿Cómo podría ilustrar los recuerdos que me habría gustado que compartiéramos?

Son preguntas que me gustaría hacerte. Pero siento que para ti las preguntas son como cuchilladas (que siempre logras esquivar). Y ya estoy cansada de ser punzante. A veces pienso que para ti, yo soy la fantasía. Y para mí, tú eres la realidad. Dos cosas siempre opuestas que nos atraen, pero con las que somos incapaces de lidiar. 

Y vuelvo a esa sensación de adolescencia. Un desencanto profundo pero luminoso, que me muestra lo mucho que soy capaz de amar, a la vez que me libera de algo que no tenía para dónde ir. 

Cuando estoy bien, mi amor es como una oleada de viento sur en una ciudad costera, una nota que debo recordar. 

Sin embargo, me pregunto ¿por qué existen caudales tan poderosos sin donde desembocar? Quizás tú y yo somos una trampa; unos de esos juegos de ingenio que venden en las ferias artesanales, pero uno que nunca tuvo solución. 

Sufro con mi necesidad de explicarlo todo. Hay cosas que son absurdas y que no necesariamente habitan la tierra de las palabras. 


Salir juntos y ver el mar habría estado bien. 

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