Maestros y aprendices.

Yo solía pensar que éramos más estúpidos de lo normal, que no queríamos aprender ni escuchar a nadie, que creíamos que podíamos desenredar el mundo con nuestras manos tersas. Pensaba que despreciábamos a quienes podrían enseñarnos, que estábamos convencidos de no necesitar maestros. Pues ahora me retracto; me retracto hasta el fondo. Sí queremos aprender y escuchar, queremos obervar y maravillarnos con las palabras de otros. Pero los maestros no nos quieren a nosotros, porque el temor a perder el estatus y el protagonismo es tan grande que han decidido callarse y morir.
Supongo que pasa siempre que maestros y aprendices, padres e hijos, é té cé están separados (como estamos separados ahora) por una barrera de consciencia, y lamentablemente el único puente es el tiempo, y el tiempo no llega pronto. Tendremos que conformarnos con ser la generación desfasada. 

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